Impresionante reportaje Ibán. Sabes llegar al corazón de todos los que te leemos y por eso nos emocionas, al menos en mi caso, lo has conseguido. Enhorabuena.
A veces cuando hablo con mis padres que son muy mayores (ambos tienen 85 años) y me cuentan las necesidades por la que han pasado, parece imposible que se pueda vivir con tan poco. Al comienzo de los años 30, el padre de un amigo suyo era panadero en el pueblo, todas las tardes lo acompañaban sobre las 7 de la tarde a preparar la liuda que se hacía con un trozo de masa del día anterior, para así tener el prefermento listo para preparar la masa sobre la 1 de la madrugada y posteriormente hornearla al amanecer. A diario, este buen señor escondía un pan para que su hijo y mi padre, que le acompañaba siempre, puedieran comérselo; éste era el único pan que mi padre comia todos los días. Más tarde llegaría la guerra y la postguerra, ahí ya no lo probaba. En la familia de mi madre eran nueve personas y les daban dos bollitos a la semana, pero éstos se guardaban "para los que trabajaban", refiriéndose a su padre y un hermano mayor. Algún día a la semana, los demás podían comer pan, pero comerían el que ya estaba muy duro (igual tenía 15 días) y los hombres ya no se lo podían llevar al trabajo.
Ahora, ellos compran el pan mas blanco que se pueda encontrar, nomalmente pan de masa dura (pan sobao) y siempre les sobra, porque como ellos dicen: "Bastante pan negro y sopas de harina amarilla hemos comido en los tiempos del hambre, y ahora no pasa ná porque sobre un poco". A veces no nos paramos a pensar que, dentro de poco tiempo, ya nadie nos contará esto en primera persona.
Preciosa historia la que nos cuentas Ibán. Gracias.
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